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Tendrás que saber, de antemano, me pesa la lengua y los zapatos. Y desde antes soy viejo en las tardes traídas con el chillido del camotero. Sabrás también que no lloro, que el grito lo perdí en el desierto, cuando cazaba, ciego, las plumas rotas de un cuervo. No olvides saber que se me quiebran las marañas de la garganta con las niñas gordas fuera de misa, perfumadas y morenas. Mucho menos, que he besado los labios más negros y a veces, en la noche, conmigo baila la locura. SALSA.
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